El Fiscal que ya no fiscaliza
El Pequeño Cronista | Cronista Noticias
#COLUMNA ESPECIAL
Hay personajes que se aferran a los cargos como si fueran propiedad personal. Alejandro Gertz Manero es uno de ellos. Llegó a la Fiscalía General prometiendo autonomía, rigor y un “nuevo sistema de justicia”. Terminó atrapado en sus propios litigios familiares, en su estilo vengativo y en una operación marcada por silencios, ausencias y expedientes que nunca alcanzaron la puerta de un juez.
Hoy, a las puertas de su posible renuncia, el país respira una sensación de alivio y sospecha: alivio porque su ciclo estaba desgastado desde hace tiempo; sospecha porque la salida no ocurre por voluntad institucional, sino por la reconfiguración política del poder. Gertz se va no por falta de resultados —que los hubo y también los hubo omitidos— sino porque su figura dejó de ser útil para la narrativa de un país que quiere presumir “transformación y continuidad”.
Su trayectoria como primer fiscal autónomo tuvo momentos de lucidez técnica, pero quedó sepultada bajo el desgaste público: renuncias de altos mandos, investigaciones selectivas y el ruido permanente del caso familiar que él mismo hizo público con su insistencia jurídica. No se va por viejo ni por enfermo: se va porque la institución ya no cabía en su sombra.
Los nombres que suenan —Zaldívar, Godoy— dejan claro hacia dónde quiere moverse el nuevo gobierno. No buscan autonomía: buscan control. Y la Fiscalía es la joya de ese diseño. La salida de Gertz, entonces, es un capítulo más de un país donde la justicia no termina de ser justicia; apenas cambia de manos.
#PequeñoCronista #Columnas #opinion #cilumna #cdmx #fgr
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Hay personajes que se aferran a los cargos como si fueran propiedad personal. Alejandro Gertz Manero es uno de ellos. Llegó a la Fiscalía General prometiendo autonomía, rigor y un “nuevo sistema de justicia”. Terminó atrapado en sus propios litigios familiares, en su estilo vengativo y en una operación marcada por silencios, ausencias y expedientes que nunca alcanzaron la puerta de un juez.
Hoy, a las puertas de su posible renuncia, el país respira una sensación de alivio y sospecha: alivio porque su ciclo estaba desgastado desde hace tiempo; sospecha porque la salida no ocurre por voluntad institucional, sino por la reconfiguración política del poder. Gertz se va no por falta de resultados —que los hubo y también los hubo omitidos— sino porque su figura dejó de ser útil para la narrativa de un país que quiere presumir “transformación y continuidad”.
Su trayectoria como primer fiscal autónomo tuvo momentos de lucidez técnica, pero quedó sepultada bajo el desgaste público: renuncias de altos mandos, investigaciones selectivas y el ruido permanente del caso familiar que él mismo hizo público con su insistencia jurídica. No se va por viejo ni por enfermo: se va porque la institución ya no cabía en su sombra.
Los nombres que suenan —Zaldívar, Godoy— dejan claro hacia dónde quiere moverse el nuevo gobierno. No buscan autonomía: buscan control. Y la Fiscalía es la joya de ese diseño. La salida de Gertz, entonces, es un capítulo más de un país donde la justicia no termina de ser justicia; apenas cambia de manos.
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